martes, mayo 12, 2009

I Love You From the Cheeks to the Nose to the Foot You Tap on the Floor

A continuación, un trivial suceso, como los otros que he narrado y narraré, sobre nuestras aburridas vidas. El aburrimiento de hoy ocurrió durante años mejores que estos, en una tarde típica en la universidad. Nunca le presté mucha atención a lo que Lietza me decía, hasta ese día.







Salí acalorada del edificio de idiomas. Para ser una tarde nublada, como las típicas tardes en la ciudad, hacía demasiado calor. Al pasar a toda prisa frente a una ventana, pude ver mi rostro enrojecido por el bochorno. Me pasé la mano para ver si así se quitaba un poco. Solo lo empeoré. Ya me habían dicho antes que las mejillas se me enrojecían con el frío o el calor. Osea, casi siempre estaban de un color rosa mexicano.


Me apresuré dentro de la biblioteca para escapar del calor y ver si así se me bajaba un poco el color. Refunfuñando quien-sabe-que-cosas me interné entre los estantes repletos de libros desde el piso hasta el techo y me paré justo debajo de una salida del aire acondicionado. Cerré los ojos y dejé que el aire me arrullara. Pronto iría a encontrar algún lugarcito afuera en el pasto y me quedaría dormida un rato. Primero aprovecharía para buscar unos libros que necesitaba.


Abri los ojos y busqué mis libros en menos de diez minutos. Me disponía a la huida cuando lo vi.

Sentadito como en la foto de un alumno prodigio. Usaba lentes de pasta negra gruesa, un poco más que los mios. El cabello alborotado y café claro. No separaba la mirada del libro que estaba leyendo. Era tan grueso como un diccionario enciclopédico, pero parecía fascinado por como sus ojos brillaban mientras recorrían hambrientos las líneas del texto. Ya me podía imaginar el tamaño diminuto de la letra y la miopía o atismatismo que esto le causaría.


-Qué nerdazo! - me dije a mi misma y salí sin más del edificio.


Unas semanas después, de vuelta a la biblioteca huyendo del calor como siempre, lo volví a ver. Los mismos lentes, el mismo cabello desaliñado, y si me hubiera fijado mejor la primera vez juraría que traía la misma ropa. No sé. Me dediqué a lo mio, de nuevo aproveché para buscar libros que necesitaba. Mientras la mujer de la entrada registraba los titulos, le eché una mirada rápida, solo para ver si el ente se movía en señal de que aún respiraba. Por una fracción de segundo me pareció que no respiraba, pero después movió torpemente una mano para cambiar la página de su enorme libro. Esta vez era uno más grande y lo leía con igual entusiasmo.


-Qué flojera! - salí corriendo pues ya me esperaban afuera para ir a no se donde a embrutecernos.


Siete días después, recién me habían encargado un trabajo y no podía esperar. La fecha límite era hasta dentro de dos meses, y nisiquiera era algo grande, pero últimamente me sentía muy responsable y hacía mis tareas por adelantado. Era medio día, la universidad estaba casi vacía. Además era viernes. Todos debían estar en casa, o en alguna clase, muchos ya estarían perdidos en alcohol a estas horas. Pero no, yo ahí estaba, en un bonito incio de fin de semana, dentro de una biblioteca. Sentí que me merecía un premio.


Entré, busqué mis libros y me senté en una mesita sin levantar la vista. Yo había ido ahí a trabajar y eso haría. Al parecer estaba desierto, nadie en su sano juicio iría a ese lugar en viernes. Buena cosa que yo ya había perdido el juicio hacía muchos años.


Levanté la cara solo para ver si alguien más compartía mi locura. Vacio. Rei para mi misma. Regresé la mirada a mi mesa y de nuevo, como me juré a mi misma, levanté los ojos por alguien por la última vez.

Entró, con su andar ligero que a cualquier otro le hubiera parecido encorvado y guandajo. Esa actitud relajada que se reflejaba desde como agachaba los hombros hasta la manera en que caminaba de forma automática hasta la estantería donde lo esperaba su libro de siempre. Se sentó en la misma mesa de hacía una semana, y hacía un mes, y hacía dos. Recargó todo su peso sobre un codo y apoyó su rostro cansado sobre esa mano mientras con la otra tocaba la portada del libro como si se tratara de una flor muy exquisita y delicada. Y entonces, como nunca antes en mi vida, deseé ser rosa, o violeta, o camelia.

Hojeó hasta encontrar la página amarillenta que ya había marcado hábilmente con un hilo rojo (arrancado de su camisa, supuse enseguida) y posó toda su atención sobre las letras y palabras. Por segunda vez en el día, deseé ser algo más. Me quedé mirándolo for the longest time, tanto que casi sentí que my eyes popped out.

Las horas pasaron así, y yo no podía superar la manera en que se acomodaba los lentes empujándolos hacia arriba con el dedo índice. O como arrugaba la nariz mientras leía (supuse que eran partes desagradables o aburridas o que simplemente no eran de su agrado), y entonces sentí la urgencia de saber que era lo que le gustaba o interesaba, que le causaba gracia, que lo hacía enojar. Obviamente me olvidé por completo del trabajo. Tanto, que faltando dos días para entregarlo decidí hacerlo en mi casa para evitarme distracciones.

Después de ese viernes la biblioteca era mi refugio. Ahí me escondía, si hacía calor, que bien. Si hacía frío, llevaba un sueter. Todos los demás pensaron que se trataba de un intento por mejorar calificaciones, y aunque no me iba nada mal, nadie notó mejora alguna en mis notas. Pronto comensaron a aburrirse de mis idas a ese edificio tan desconocido y místico para ellos. Pero no me importaba, yo solo quería saber del chico callado y pensativo de la tercera mesa, de derecha a izquierda.

Solía sentarme tres o cuatro mesas más atrás, lo suficientemente cerca para verle la cara, pero lo suficientemente lejos para que no se diera cuenta de que lo observaba. Llegué a sentirme como una acosadora, pero era imposible evitarlo.

Con el tiempo descubrí que el libro que tanto tiempo llevaba leyendo era una recopilación de literatura inglesa. Días después encontré el primer libro con el que lo vi, historia mundial. Un día, Martes, entró con audifonos. Por los leves movimientos de sus pies bajo la mesa y sus manos golpeteando suavemente sobre el libro, llegué a la conclusión de que escuchaba música que involucraba a un baterista. Quizá Rock, Jazz o Blues. Tuve el impulso de pararme e ir a hablar con el de bandas, pero me contuve.

Continué así el resto del semestre. Me perdí tanto que algunas personas con las que acostumbraba salir a parrandear dejaron de buscarme. Incluso terminé por cortar con mi novio. Pero claro, eso era más que obvio que pasaría. Y me quité un gran peso de encima. Pero con esa descarga, llegó una pesadez mayor. El chico simplemente no parecía notarme. Siempre ahí, sentado, leyendo, acomodándose los lentes, alborotándose el pelo con la mano. Casi inmovil, como sin respirar.

Me sentí una inútil, una estúpida... Pero lo pensé y decidí que no me importaba. Ultimamente el era mi desayuno, comida, y cena, hasta que él dejara la biblioteca y yo unos metros detrás de él. Llegó Diciembre. Era mi última oportunidad de verlo antes de irme a casa para vacaciones. Tenía demasiadas ganas de ver a Lietza, Mago, Felipe y Rafa. Pero una parte de mi, la más fuerte, quería quedarse colgada de la espalda de "mi nerd", como lo bauticé, aunque ya sabía que su nombre era Andrés.

Entré a la biblioteca, y no lo ví ahí. Me fui sintiendo una presión horrible en el pecho, sin esperar unos minutos a ver si llegaba. Sería la peor Navidad de todas, lo sabía.




Regresé a la Universidad. Había sido una buena Navidad. Buena comida, buena gente, buenos regalos, risas, abrazos. Casi de manera conciente había dejado a un lado al nerd. Pero en mi inconciente, estaba tan presente como el primer día.

Después de las clases de la mañana, mis pies me llevaron automáticamente a la biblioteca. Sin saber muy bien que hacía ahí, encontré una mesa y me senté. Escuchando música con mi reproductor, los sonidos del exterior eran casi mudos. Solo escuchaba la música y mi propia respiración. No tenía tareas ni examenes. Solo estaba ahí por que ahí había pensado en ir. La lista de reproducción aleatoria puso una canción que en ese entonces (y aún hoy en día) me encantaba. Me puse a tararearla en voz baja, conciente del lugar en donde me encontraba.

Unos dedos sobre mi hombro me sobresaltaron y me quité los audifonos. Levanté la cara y lo vi, frente a mi. Con todo y su cabello y sus lentes y su nariz que se arrugaba.

- Estás en mi silla.

Que debía decir!? Tenía la voz grave pero clara, profunda pero suave, y sus ojos eran de color miel, como la miel que saboreaba en mi boca en ese instante... CONCENTRATE! Me dije (grité) a mi misma.

- Lo... siento? - pero si no era SU silla! - Pero esta no es TU silla...

- Lo sé, pero es mi lugar. Creí que estaba claro.

- ...Además no tiene tu nombre en ningún... Claro? Que estaba claro?

- Pues que yo vengo aquí, todos los días de Lunes a Viernes, de 4 a 6pm, a leer mi literatura, y que tu vienes todos los días de Lunes a Viernes de 4 a 6pm y te sientas ayá - señaló la mesa que había soportado mi peso por casi cuatro meses - y te pones a leer, a escribir, o simplemente a mirarme.

... Y yo que pensaba que era una buena espía. Me quedé sin palabras (cosa casi tan rara como un eclipse solar), y solo se me ocurrió decir:

- Me gustan tus lentes - mientras sacaba los mios de su estuche y me los ponía para que viera que eran prácticamente iguales.

Se rio con un ruido profundo, como un "Hum Hum Hum" y se sentó frente a mi, del otro lado de la mesa. Tomó mi reproductor y comenzó a urgarlo. Yo no me sentí invadida ni ofendida, solo me limité a observarlo. Asintía de vez en cuando y se reía a veces. Una o dos veces arrugó la nariz y una sola vez se acomodó los entes que se resbalaban sobre su perfil largo y recto.

Hablamos y al final, los dos miramos el reloj colgado en la pared. Las 7:30pm. Se volvió a reir con sus Hums Hums y me dijo muy seguro:

- Nos vemos mañana - se fue con su andar enconrvado y me dejó sentada.

El nerdazo no tenía nada de nerd. Y lo demás, es historia.









Salí de la habitación con los ojos rojos por las ganas de llorar, pero mis pupilas estaban secas como piedra. Sin embargo, no podía dejar de sonreir. Me dejé caer sobre un bulto café, que supuse era un sofá, no me fijé bien. Cerrado era mi amigo, y ahora estaba muerto. Pero había hablado con él, y habíamos dicho todo.

De pronto la tristeza me golpeó. Todo el cansancio, todo el trabajo, la idea de no volver a reir los cinco juntos una vez al año en Central Park. Y en medio de mi tormenta, en la orilla vislumbré al faro, a mi puerto seguro.

Andrés puso su mano sobre mi espalda y me dijo al oido lo mismo que siempre me decía cuando sentía que me ahogaba.

En ese momento, di gracias a quien fuera que nos estuviera viendo ayá arriba (por que ahora gracias a Rafael sabía que si había alguien ayá), tomé de la mano a mi esposo y me uní a Mago, Lietza y Felipe en el velatorio. La vida había sido buena conmigo, y quería que siguiera siendo así.

3 comentarios:

Cerrado dijo...

Lo sabía. Estás en el lado oscuro, el lado oscuro que está lleno de geeks y camisas de Darth Vader.
Y si me dejas la historia de como morí, seré feliz.

Manoel Boylan. dijo...

Próximamente en cines! :D

miffie.melon dijo...

@Cerrado si, me gustan los geeks (no todos, obvio) y si, estoy en el lado oscuro: Darth Vader me sigue en Twitter! hahaha


@Boylan: calmate tu! haha es solo la tercera otras cosas que he escrito haha seguro no entendiste mucho, o minimo el final.