domingo, febrero 21, 2010

Cuando se dio cuenta, sostenía un cuchillo en su mano izquierda. Un goteo incesante le martillaba los tímpanos. Uno, dos, tres, gota. Uno, dos, tres, gota. Intentó localizar de donde provenía el sonido, pero aún estaba muy aturdido. No recordaba nada de lo que había pasado en las últimas horas. Como si nunca hubieran pasado. Su última memoria era de cerrar la puerta del carro, y caminar hacia la entrada de su casa. Podía haber sido ya un día de eso, una hora, una semana.

Pero en dónde estaba ahora? Todo estaba oscuro y no podía distinguir los alrededores. Dio tres pasos hacia adelante, con la determinación en las rodillas. Sus ojos se acostumbraron poco a poco la negrura de la habitación. Frente a el alcanzó a descifrar la forma de una especie de mesa o barra, estiró las manos para reconocer mejor la superficie y se dejó caer sobre ella al descubrir que estaba libre. Se recostó en el metal frío, sin soltar el cuchillo. De pronto sintió que se aferraba a él con su vida, como si de él dependiera esta.

El goteo no dejaba de molestarlo, pero ahora ya podía ver mejor. También su nariz comenzó a percibir los olores de la habitación, y no eran agradables. El hedor de animal muerto e inmundicia inundó sus pulmones y se metió en su sistema nervioso. La piel se le erizó. Algo no estaba bien. El miedo lo invadió como una plaga de termitas carcomiendo sus huesos, la incertidumbre, y ese horrible goteo! No podía sentir partes de su cuerpo y la columna lo estaba matando. Cerró los ojos para pensar.

No podía encontrar respuesta alguna. Se puso de pie, y al levantar su espalda, la sintió húmeda. Probablemente por el frío del metal de la mesa. Se percató de que los nudillos le dolían de apretar tan fuerte el cuchillo, como si no lo hubiera soltado en días. Bajo la mirada a su mano izquierda para ver mejor el arma. Logró relajarse y aflojar los dedos.

El cuchillo parecía un cuchillo normal de cocina, no había manchas de sangre en su filo ni señales de uso. Al menos no había matado a nadie aún. Comenzó a caminar al rededor de la habitación. Las paredes eran blancas y había cuadros colgados en ellas. Tropezó con un bulto en el piso y se sobresaltó, dejando caer el cuchillo al suelo. Lo recogió con un movimiento veloz sin quitar la mirada del bulto en el piso.

Lo pateó suavemente. No era suave. No era un cadaver. Soltó un suspiro largo y profundo, se agachó y levantó la silla que lo había hecho tropezar. Y el goteo seguía en alguna parte de la habitación. Parecía segurilo para donde se moviera. Justo en ese momento, lo escuchaba detrás de él. Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el sonido hasta topar con la pared. La examinó con las manos, con sus debiles ojos. No había señales de la gotera.

Agudizó sus oidos. El goteo estaba ahora a su izquierda. Camino hacia allá, hasta chocar con un bloque frío y metálico. Palpó con su mano libre el obstáculo y encontró una especie de haza. Una puerta de salida? Respiró hondo y jaló con fuerza. Una sensación helada lo golpeó en la cara y una luz débil lo deslumbró por unos segundos, pero no era una salida.

Se quedó parado frente al refrigerador y la comida dentro de él. No alcanzó a sentir decepción, no se había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Todo en el refrigerador se veía casi fresco. Recordó que había acompañado a su esposa al supermercado. Pero hacía cuanto de eso? Tomó primero una manzana y la mordió llenando toda su boca.

Por un momento se olvidó por completo del goteo, hasta que lo sintió casi arriba de su cabeza. Alzó la mirada. La luz del refrigerador logró iluminar el contorno de lo que le pareció una araña gigante colgando del techo. Con mas detenimiento, sus ojos revelaron un hombresito pequeño encuclillado en el techo, mirándolo de cabeza. Le recordaba al duende ermitaño de una película de caballeros y magos.

De repente el cuchillo y el miedo irracional tomaron sentido, levantó la mano izquierda para apuñalar a la criatura, pero un dolor inmovilizante en la espalda le impidió hacerlo. El monstruo solo se enfuerció y ahora le mostraba todos sus horribles dientes llenos de sangre. Ahora supo de donde provenía el goteo.

Volteó rápidamente para ver su espalda en el reflejo de la puerta metálica del refrigerador. Una herida profunda y en carne viva atravesaba toda su columna, y cortadas más pequeñas habían razgado su camisa. Regresó la mirada asustada a la criatura. Lo último que sus ojos vieron y que su nariz percibió fue la garganta del hombrecillo y el olor fétido que emanaba de sus adentros.

miércoles, febrero 10, 2010

No me chingues!

Tendría yo unos 11 o 12 años, era una noche entre semana del mes de febrero, había salido de entrenar y aprovechando que al lado del doyang había una estética que cerraba hasta muy tarde, pasé rápido a que me dieran mi tuzada bimestral. El lugar lo atendían unas hermanas "de la vida galante", de ese tipo de mujeres que, bueno ya saben, no?

Eran tres, altas, muy delgadas, demasiado. Siempre tenían el cabello pintado de colores no iban nada bien con su tono de piel, sus uñas eran largas y mal pintadas, cejas casi inexistentes y labios rojos, siempre muy rojos.

Todos los días que pasaba por ahí las veía con un hombre distinto. Los lunes eran de "Marcos", un hombre trajeado que llegaba en una camioneta amarilla muy fea. Se metían al local, con la televisión sintonizando Ventaneando a todo volumen. Los martes y miercoles eran de "Jorge", un muchacho nada feo que siempre llevaba comida para ellas y para sus hermanas mas chicas. Los viernes eran de "Toñito", al que en la colonía de una amiga lo conocían como "El padre Alberto", llegaba puntual desde las 5pm y ahí se quedaba hasta después de las 10pm cuando yo salía de entrenar.

Yo no decía nada, al fin y al cabo, eran sus... vidas... en las que se metían todos esos señores. Yo solo iba a que me cortaran el cabello. Además, estaba más que claro que ellas eran maestras en esos asuntos del amor y la carne. Y yo como a esa edad no sabía nada de nada, pues ni me interesaba.

Total, esa noche fui a su local y me senté. La mayor fue la que me atendió, claro que las otras dos estaban también ahí pasándole las cosas o solo chismeando. Procedieron a mojarme el cabello, a retorcer mechones y sujetarlos con esas pinzas feas que usan los estilistas. Siempre que me cortan el cabello, trato no verme al espejo, no me gusta como se ve mi cabeza con tantas cosas encima.

Justo entonces, escucho que me hablan desde la calle, volteo, y veo a un niño odioso que siempre me molestaba en los entrenamientos. Y yo no entendía por qué si nunca le había hecho nada! El muy descarado sacó su celular y me tomó una foto así, con las pinzas horrendas en la cabeza.

Horrorizada le grité algo como "Largate!" y él se fue riendo muy feliz. Entonces la hermana mayor se acerca y me dice "Es un niño muy guapo, eh" y soltó su risita como de ratón pispireto. No supe que tenía eso que ver con que me tomara fotos, digo, si era guapo, pero me molestaba siempre y ni me caía bien.

Decidí ignorarla y ella a mi, continuó cortando mi cabello, y a los 5 minutos llega otro wey, que no me caía mal pero era mayor que yo y casi no le hablaba, pasó por la estética y se regresó unos pasos al verme sentada. Primero sonrió mucho, como aguantándose la risa. Y entonces por alguna razón me sonrojé muchísimo. Después sacó su celular, tomó una foto, sonrió un poco más, y me dijo "Te veo mañana". Con eso, se fue.

Por detrás de la hermana mayor, se acerca una de las menores y me dice "Ese SI está muy bien" acompañado de más risitas tontas. Yo seguía sin entender que pasaba con la relación entre su imagen y el hecho de que me tomaran fotos y ellas comenzaron todo un debate sobre cual de los dos estaba más guapo y si pudieran, con cual andarían. Terminaron de atenderme, me fui y las dejé discutiendo el mismo tema.

Una semana después, 14 de febrero, esperaba a que abrieran la puerta del vestidos de mujeres para cambiarme y ponerme los zapatos. Entonces se acerca el mocoso odioso que me había tomado la foto primero y me da una carta, me aplica el típico "te manchaste... aaaaah no, caiste!" con el que te pegan en la nariz, y se va. Yo me quedo estupefacta pero lo dejo pasar, la carta tendría que esperar.

Después de eso salí para esperar a mi mamá y se me acercó el tipo grande que me había tomado la foto después. Me dijo un "hola" muy extraño, me entregó un globo, un beso en la mejilla y se fue. Me quedé parada en la banqueta sin saber muy bien que había pasado...

Al día siguiente, entrando al doyang, dos niñas se me acercan, me pendejean y reclaman porque sus novios me habían regalado cosas, a lo que yo solo respondí "este... eh?", y se van sin decir más.

Entonces entendí, de por vida, que el 14 de febrero solo existe para causar confución, conflicto, y dolores de cabeza pensando que ridiculez regalar. Y no sé si sea por que estoy sugestionada, una coincidencia o solo el destino, pero nunca he pasado un 14 con novio, siempre cortamos antes o empezamos después.
Como sea, este domingo para mi y mis amigos será uno más en el que haremos las mismas idioteces de todos los fines de semana, sin complicaciones ni dolores de cabeza.