Cuando se dio cuenta, sostenía un cuchillo en su mano izquierda. Un goteo incesante le martillaba los tímpanos. Uno, dos, tres, gota. Uno, dos, tres, gota. Intentó localizar de donde provenía el sonido, pero aún estaba muy aturdido. No recordaba nada de lo que había pasado en las últimas horas. Como si nunca hubieran pasado. Su última memoria era de cerrar la puerta del carro, y caminar hacia la entrada de su casa. Podía haber sido ya un día de eso, una hora, una semana.
Pero en dónde estaba ahora? Todo estaba oscuro y no podía distinguir los alrededores. Dio tres pasos hacia adelante, con la determinación en las rodillas. Sus ojos se acostumbraron poco a poco la negrura de la habitación. Frente a el alcanzó a descifrar la forma de una especie de mesa o barra, estiró las manos para reconocer mejor la superficie y se dejó caer sobre ella al descubrir que estaba libre. Se recostó en el metal frío, sin soltar el cuchillo. De pronto sintió que se aferraba a él con su vida, como si de él dependiera esta.
El goteo no dejaba de molestarlo, pero ahora ya podía ver mejor. También su nariz comenzó a percibir los olores de la habitación, y no eran agradables. El hedor de animal muerto e inmundicia inundó sus pulmones y se metió en su sistema nervioso. La piel se le erizó. Algo no estaba bien. El miedo lo invadió como una plaga de termitas carcomiendo sus huesos, la incertidumbre, y ese horrible goteo! No podía sentir partes de su cuerpo y la columna lo estaba matando. Cerró los ojos para pensar.
No podía encontrar respuesta alguna. Se puso de pie, y al levantar su espalda, la sintió húmeda. Probablemente por el frío del metal de la mesa. Se percató de que los nudillos le dolían de apretar tan fuerte el cuchillo, como si no lo hubiera soltado en días. Bajo la mirada a su mano izquierda para ver mejor el arma. Logró relajarse y aflojar los dedos.
El cuchillo parecía un cuchillo normal de cocina, no había manchas de sangre en su filo ni señales de uso. Al menos no había matado a nadie aún. Comenzó a caminar al rededor de la habitación. Las paredes eran blancas y había cuadros colgados en ellas. Tropezó con un bulto en el piso y se sobresaltó, dejando caer el cuchillo al suelo. Lo recogió con un movimiento veloz sin quitar la mirada del bulto en el piso.
Lo pateó suavemente. No era suave. No era un cadaver. Soltó un suspiro largo y profundo, se agachó y levantó la silla que lo había hecho tropezar. Y el goteo seguía en alguna parte de la habitación. Parecía segurilo para donde se moviera. Justo en ese momento, lo escuchaba detrás de él. Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el sonido hasta topar con la pared. La examinó con las manos, con sus debiles ojos. No había señales de la gotera.
Agudizó sus oidos. El goteo estaba ahora a su izquierda. Camino hacia allá, hasta chocar con un bloque frío y metálico. Palpó con su mano libre el obstáculo y encontró una especie de haza. Una puerta de salida? Respiró hondo y jaló con fuerza. Una sensación helada lo golpeó en la cara y una luz débil lo deslumbró por unos segundos, pero no era una salida.
Se quedó parado frente al refrigerador y la comida dentro de él. No alcanzó a sentir decepción, no se había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Todo en el refrigerador se veía casi fresco. Recordó que había acompañado a su esposa al supermercado. Pero hacía cuanto de eso? Tomó primero una manzana y la mordió llenando toda su boca.
Por un momento se olvidó por completo del goteo, hasta que lo sintió casi arriba de su cabeza. Alzó la mirada. La luz del refrigerador logró iluminar el contorno de lo que le pareció una araña gigante colgando del techo. Con mas detenimiento, sus ojos revelaron un hombresito pequeño encuclillado en el techo, mirándolo de cabeza. Le recordaba al duende ermitaño de una película de caballeros y magos.
De repente el cuchillo y el miedo irracional tomaron sentido, levantó la mano izquierda para apuñalar a la criatura, pero un dolor inmovilizante en la espalda le impidió hacerlo. El monstruo solo se enfuerció y ahora le mostraba todos sus horribles dientes llenos de sangre. Ahora supo de donde provenía el goteo.
Volteó rápidamente para ver su espalda en el reflejo de la puerta metálica del refrigerador. Una herida profunda y en carne viva atravesaba toda su columna, y cortadas más pequeñas habían razgado su camisa. Regresó la mirada asustada a la criatura. Lo último que sus ojos vieron y que su nariz percibió fue la garganta del hombrecillo y el olor fétido que emanaba de sus adentros.
2 comentarios:
:O que buen cuento no me esperaba ese final! muy bueno me latio mucho :D
Damn. Si me asuste :/
Espero poder dormir tranquilo.
Por cierto te mando saludos el señor que sale en los sueños. Le dije que no te molestara mucho.
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