domingo, noviembre 22, 2009

Juegos Decembrinos

Había pasado tres horas en la peqeña sala de té con Abril. Intentó por cada medio posible sacarme lo que había dentro de ese sobre que me había dejado su difunto esposo Cerrado. Lástima que nisiquiera yo supiera de que trataba todo eso, me habría encantado que ella misma me diera pistas de que era lo que quería que hiciera. Traté de explicarle como pude que no había hablado con él sobre nada de nada en años, y que tampoco había tenido tiempo de abrir el maldito sobre que había dado vuelta a mi tranquila y ordenada vida.

-Pues yo no se nada más de lo que tu sabes, y si tu sabes algo que yo no sepa, te agradecería que lo dijeras. - mi voz ya era áspera y poco amable - Yo no pedí esto, ni el sobre ni nada. Sólo quiero regresar a casa con Andrés y los niños y seguir mi vida.

Abril levantó su delgada barbilla y me miró sobre su nariz. Por alguna razón tenía la sensación de que ella sabía algo que yo no. Y ella pensaba lo mismo de mi. Tomé mi abrigo del brazo del asiento y me puse de pie.

- A dónde vas?
- Tengo un vuelo que tomar en unas horas y me gustaría pasar tiempo con mis amigos, hace tiempo que no nos vemos, sabes? Funerales y cumpleaños los unen a todos.

Esa era una de las bromas bizarras de Cerrado. El costado me dolió con una punzada.

- Entonces no piensas decirme que hay dentro del sobre?
- Ya te lo dije, Abril, no sé nada y cuando lo averigüe, si aquí dentro dice que puedo,- mi mano agitando el sobre en el aire - con mucho gusto te lo diré.

Salí con tres grandes zancadas de la habitación. En el pasillo, sentados los tres en un pequeño sofá, Lietza, Mago y Felipe levantaron la vista al mismo tiempo. Me siguieron con sus miradas confundidas hasta el final del corredor y a la puerta. Me di media vuelta y los miré fijamente.

- Vienen o no? - Se pararon de golpe y corrieron hasta donde yo estaba.
-Y Andrés? - preguntó Felipe. Lietza y Mago ambas en sus celulares.
- En el hotel, él entiende.

Las calles estaban desiertas y cubiertas de una capa blanca de hielo y Navidad. El tablero del Mercedez de Mago, que Felipe manejaba agilmente, marcaba las 2: 27am del 22 de Diciembre. En el asiento delantero Mago dormía con la cabeza contra la ventanilla. Atrás, sentada a mi lado, Lietza mandaba mensajes de texto a su esposo que se encontraba con una sinfónica en Marruecos o algo así. Yo escuchaba música con los audifonos aislantes y el ipod en modo shuffle. El sobre cerrado descanzaba incandesente en mis rodillas. Podía oler las dudas de todos cocinandose en sus mentes, incluso en los sueños de Mago.

Felipe dijo algo que no pude esuchar. Bajé el volumen de la música y le repetí con voz ronca que lo repitiera. Volví a perderme sus palabras pero la mirada de Lietza sobre mi y sus ojos abiertos como platos me hicieron quitarme los audifonos. Vi mis propios ojos reflejados en el espejo retrovisor, mi mirada alarmada me devolvió un golpe. Mago había despertado ya. Algo andaba mal.

- Puedes repetirlo, por favor? - mi voz sonaba cautelosa y aunque sentí mis labios temblar, mis palabras se mantuvieron firmes.
- Nos están siguiendo.

Me di la vuelta sobre el asiento de piel para comprobarlo. A unos diez metros atrás de nosotros, con las luces apagadas, se distinguía la figura de un carro que avanzaba hacia nosotros. El alumbrado público dejaba ver destellos de la pintura roja del vehículo de nuestro persecutor.

"Ridículo!" pensé rabiosa, yo ya no estaba para estos juegos.




-Parte 2-

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