Troné la lengua en señal de desaprobación hacia mi misma. Mi cuerpo entero era un cliché, justo ahora. Me temblaban las rodillas, de mi frente emanaba sudor frío, la visión se me nublaba y mis manos no podían encontrar paz. Ya casi había acabado con la uña de mi pulgar izquierdo, ahora seguía el derecho.
Mis nervios solían ser mejor que esto, llegué a la conclusión mientras mis piernas se tambalearon hasta la ventana de la habitación. El cristal de piso a techo no me reflejaba, en cambio, podía ver completamente el bosque extendido a todo lo ancho del mundo, como si no tuviera fin. Nunca.
Por razones infinitas, como este bosque, estaba yo ahí. No estaba más segura de cualquier otra cosa como lo estaba de esto.
Malabareé de regreso a la cama y me senté. No me importó arrugar el vestido. Puse las manos entre mi cara. Intentado no llorar. Arruinaría el maquillaje, y conocía a cierta dama de compañía que no estaría muy feliz.
Fuerza, pensé, has hecho cosas... no peores, por que esto no es malo... pero si más difícilies. ¡Puedes con esto, respira! Fuerza, por él... Él.
Mis manos ahora eran dos puños apretados con fuerza. Estaba determinada a soportarlo, además, ¿Qué tan malo podría ser? Respiré hondo, cerré los ojos.
A la cuenta de tres, me levanto. 1... 2...
...
1... 2... 3...
Me puse de pie, pero mis rodillas no parecían compartir mi reciente setimiento de determinación y coraje. Seguían sacudiendose violentamente. Casi podía oir el ruido de mis meñiscos chocando contra las rótulas debido al movimiento.
Como pude, y aún no entiendo como, llegué hasta el marco de la puerta y ahí me sostuve con las dos manos hasta que escuché mi señal para entrar.
De igual manera, no entiendo como hice para arrastrarme hasta las escaleras, donde ya me esperaban para ayudarme a bajar.
Te amo, cariño.
Lo sé, papá. Yo también.
Lo logré hasta el último escalón. Mi vista recorrió a la gente sentada. Seguramente no se perderían ni un segundo si hacía algo mal. Me dirigí hacia el frente de la audiencia, y entonces lo vi.
Y toda la presión abandonó mi cuerpo, se escurrió como agua. Un golpe de adrenalina inundó mi sistema, y ya no había dudas, ni temblores, ni sudor. Todo se trataba de esto, de este preciso instante, de él y de mi. ¿Cómo no pude haberlo visto antes? En su rostro perfecto no había ni una mínima chispa de terror ni duda. Estaba tan claro que resultaba obvio.
Mis rodillas ya no necesitaron que mi cerebro les repitiéra la orden de avanzar. De hecho, no recuerdo un solo minuto de toda esa noche en que mi cerebro estuviera a cargo. El jefe era mi corazón, cegado y viciado por la hermosura del rostro del novio.
La marcha nupcial empezó y nunca me había parecido tan lenta, aunque había una fuerza sobrenatural que me atraía hacia el frente. Era él, su magnetismo era demasiado fuerte, y yo era demasiado débil. Por fin, después de no se cuantos segundos tan largos que me parecieron minutos, llegué hasta su lado. Me miró y sus ojos se derritieron sobre mi como mantequilla. Sentí la urgencia de apretarlo a mi pecho y nunca más dejarlo ir.
Ya habrá tiempo para eso después, me dije a mi misma sin dejar de sonreir.
Y tenía razón. Tendríamos toda la eternidad.
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