Bueno, la historia es corta. Mi primo tiene un amigo que vino a mexico de intercambio para estudiar un año en la universidad. Se llama Nate, es de Detroit y esta un poco desquiciado. En si, es buena persona. Es alto y guapo, pero no, es solo un amigo. La cosa es que, en verdad, dice puras estupideces. Creo que por eso lo mantengo cerca, es divertido. He aquí algunas cosas que dijo que me hicieron reir muchisimo. Obviamente todo lo que dice esta en ingles, pero aqui yo lo traduje.
"La ciencia sería muy divertida si Einstein hubiera estado ebrio todo el tiempo."
- Nate opina sobre Fisica y Algebra.
"Snoop flotando sobre una cama redonda? En serio? Era necesario?"
- Nate ve MTV mientras desayuna.
"The Hills, bah! Si quisiera ver rubias y pelea de gatas, visitaria a mis hermanas."
- Arruinando el estreno de la cuarta temporada.
"Es TOM HANKS! No muerdes a Tom Hanks, lo ves!"
- Nate intenta razonar con mi sobrino para que deje de babear un DVD.
"Como se llama? Miguel Hidalgo? Creo que me agrada este tipo."
- Nate reprueba Historia.
" -Omar, esta loco.
- Hey, es mi primo!
-Oh cierto, es genético."
-Nate descubre el parentesco.
"Brindis Navideño? En casa solo nos emborrachamos antes de cenar."
- Las fiestas con Nate.
"Deja de sitarme! No quiero que tus amigos se enteren de mi genio en potencia!"
- Nate se pone histérico.
miércoles, enero 21, 2009
viernes, enero 16, 2009
Have You Ever Felt Rain?
Ese día también llovía, como hoy. Era un aguacero cerrado, como el de hoy. Nos paramos justo en medio de la calle desolada sin importarnos un carajo la pulmonía o la fiebre. Sostuvimos nuestras manos por un largo tiempo, pudieron ser segundos u horas. Tus ojos cerrados en los míos, temía que esta fuese la última vez que los volvería a ver. Eran cafés, supongo que lo siguen siendo. Profundos y cálidos, algo muy extraño pues los ojos oscuros rara vez son así de luminosos.
Pude sentir como se derretían sobre mis pupilas, sobre mis mejilla, sobre mi frente, sobre mis labios. Sentí el líquido recorriendo los escondites más secretos de mi ser, su calor calmando mi piel erizada por el agua fría que no tenía piedad de nosotros.
Tus labios temblaron un poco, como siempre que intentabas decir algo pero te arrepentías antes. Sentí la urgencia de besarte, darle firmeza a tu boca, pero no me atreví. De alguna manera, me estaba protegiendo.
Tu solo diste un paso al frente y tomaste mi cara entre tus manos, la lluvia resbalándose entre tus dedos y por el filo helado de mi nariz. Te acercaste lentamente, tu boca roja por el frío llena de duda. Me miraste intenso con ese rayo de ambar tibio derramándose por tus párpados y me besaste como nunca. Era suave pero lleno de fuerza, en una sincronización perfecta con los latidos arrítmicos de mi corazón. Dejé que todo mi peso cayera sobre tus brazos, pero tu no te tambaleaste ni lo más mínimo.
Vistos desde fuera, seguramente parecíamos un cadaver y un ángel intentado darle respiración boca a boca. Siempre parecíamos eso.
Te alejaste suavemente y rozaste la punta de tu nariz contra mi ceño fruncido para relajarlo. Quizá pensaste que estaba enfadada. No. Nunca podría, solo estaba intentado no llorar. Incluso ahí con el aire soplando y la lluvia pellizcandonos las caras, tu piel me quemaba como brazas vivas. El ácido de no volver a sentir tu calor me carcomío la garganta hasta las entrañas.
Aseguré mis brazos alrededor de tu cintura y encajé mi cabeza sobre tu pecho. Era como si fueramos dos piezas únicas de un rompecabezas y estuviésemos hechos para coincidir a la perfección. No había otro lugar en el mundo para mi que no fuese entre tus brazos.
Escuché con atención dentro de tu pecho. Tu corazón seguía firme como siempre, tus pulmones administraban el oxigeno a tu cuerpo impecable y tu respiración seguía siendo el mismo marcapasos infalible de mis latidos.
Hablaste y escuché las palabras retumbar como un eco encerrado solo para mi en tu aliento. Pero no te dejé ir, me quedé aferrada a tu cuerpo mojado. Sentí tus manos soltar las mías de tu cintura y luego separarme de tu calor. Repetiste lo que me habías dicho, esta vez te esuché con más claridad.
- Por favor, no hagas esto.
La lluvia soltó todo su peso sobre nuestras cabezas.
- Adios.
Besaste mi frente y te fuiste en un coche. Nunca te volví a ver. Y ahora aquí, por la ventana viendo la misma lluvia de Enero caer, te encuentro escondido en cada gota que resbala por el cristal. Cuando rozan mis mejillas, son tus dedos dibujando sobre mi piel y a pesar del frío, mi piel quema como cuando me tocabas. Y siempre que el viento sopla, escucho tu respiración como una canción de cuna, y entonces mi corazón hecho cenizas se atreve a latir y solo entonces me siento un poco viva. Solo un mes al año, cuando el clima es así de gélido, pues me recuerda a ti.
Pero dime, llueve en donde tu estas?
Pude sentir como se derretían sobre mis pupilas, sobre mis mejilla, sobre mi frente, sobre mis labios. Sentí el líquido recorriendo los escondites más secretos de mi ser, su calor calmando mi piel erizada por el agua fría que no tenía piedad de nosotros.
Tus labios temblaron un poco, como siempre que intentabas decir algo pero te arrepentías antes. Sentí la urgencia de besarte, darle firmeza a tu boca, pero no me atreví. De alguna manera, me estaba protegiendo.
Tu solo diste un paso al frente y tomaste mi cara entre tus manos, la lluvia resbalándose entre tus dedos y por el filo helado de mi nariz. Te acercaste lentamente, tu boca roja por el frío llena de duda. Me miraste intenso con ese rayo de ambar tibio derramándose por tus párpados y me besaste como nunca. Era suave pero lleno de fuerza, en una sincronización perfecta con los latidos arrítmicos de mi corazón. Dejé que todo mi peso cayera sobre tus brazos, pero tu no te tambaleaste ni lo más mínimo.
Vistos desde fuera, seguramente parecíamos un cadaver y un ángel intentado darle respiración boca a boca. Siempre parecíamos eso.
Te alejaste suavemente y rozaste la punta de tu nariz contra mi ceño fruncido para relajarlo. Quizá pensaste que estaba enfadada. No. Nunca podría, solo estaba intentado no llorar. Incluso ahí con el aire soplando y la lluvia pellizcandonos las caras, tu piel me quemaba como brazas vivas. El ácido de no volver a sentir tu calor me carcomío la garganta hasta las entrañas.
Aseguré mis brazos alrededor de tu cintura y encajé mi cabeza sobre tu pecho. Era como si fueramos dos piezas únicas de un rompecabezas y estuviésemos hechos para coincidir a la perfección. No había otro lugar en el mundo para mi que no fuese entre tus brazos.
Escuché con atención dentro de tu pecho. Tu corazón seguía firme como siempre, tus pulmones administraban el oxigeno a tu cuerpo impecable y tu respiración seguía siendo el mismo marcapasos infalible de mis latidos.
Hablaste y escuché las palabras retumbar como un eco encerrado solo para mi en tu aliento. Pero no te dejé ir, me quedé aferrada a tu cuerpo mojado. Sentí tus manos soltar las mías de tu cintura y luego separarme de tu calor. Repetiste lo que me habías dicho, esta vez te esuché con más claridad.
- Por favor, no hagas esto.
La lluvia soltó todo su peso sobre nuestras cabezas.
- Adios.
Besaste mi frente y te fuiste en un coche. Nunca te volví a ver. Y ahora aquí, por la ventana viendo la misma lluvia de Enero caer, te encuentro escondido en cada gota que resbala por el cristal. Cuando rozan mis mejillas, son tus dedos dibujando sobre mi piel y a pesar del frío, mi piel quema como cuando me tocabas. Y siempre que el viento sopla, escucho tu respiración como una canción de cuna, y entonces mi corazón hecho cenizas se atreve a latir y solo entonces me siento un poco viva. Solo un mes al año, cuando el clima es así de gélido, pues me recuerda a ti.
Pero dime, llueve en donde tu estas?
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Letters from behind the room..,
Loves like these..
Diamonds are Forever
Lyla corrió por los oscuros callejones del antiguo barrio de White Chapel, Londres. Encontró una alcantarilla debajo de unas escaleras y se metió como pudo entre la mugre y la humedad. Su respiración agitada y pesada pudo haber despertado a una roca de su ensueño milenario, pero vio como el cazador pasaba por su escondite, inadvertido del tumulto.
Lo observó muy quieta, el aire frío quemándole los pulmones, el terror helándole la sangre. Una luz tenue proveniente de un farol y su confianza en la firmeza de su voz eran sus únicas esperanzas. La sombra del asesino recorriendo el callejón, trepando por las paredes como un alma en pena, huyendo de la oscuridad.
De repente, silencio. Esto la inquietó mucho. La noche se explayaba sobre su cabeza como una epidemia mortífera. Espesa. La quietud de aquella trampa letal le aplastaba el corazón como dos trenes colisionando.
Nunca había pensado en como moriría. Era demasiado joven, y asuntos tan banales como el trabajo, la política o la muerte no le interesaban demasiado. Lyla había dedicado su vida a la finura recatada de la vida de alta sociedad de Inglaterra. Fiestas frívolas y celosas de sus veladas llenas de estrellas caídas del cielo. Solo la gente más bella del Viejo Mundo era permitida en aquellas demostraciones galantes de hiel y presunción.
Lyla pasaba sus mañanas paseando por los jardines de rosas de su mansión en Halifax, seguida de sus mucamas y damas de compañía. Aunque eran años adelantados, su familia seguía teniendo esas costumbres arcaicas del siglo pasado. Eran pocos los clanes que aún se mostraban por la ciudad con un séquito de criados, pensando que una multitud siempre detrás de uno era señal de nivel y estatus social.
Era bien sabido que incluso la reina encontraba eso ridículo y absurdamente pasado de moda, pero en realidad, ¿quién es uno para andar hablando de las preferencias de la familia real?
Siempre se había rehusado a acudir a academias o a tomar lecciones privadas en casa. Lyla solamente sabía hablar y escribir en latín, “un regalo a futuro”, según le había dicho su abuela, el único ser pensante en su vida.
Creció como muchas otras señoritas de su edad y clase social, siendo solo la máscara de una comunidad en decadencia. No era más que la fachada de la perfección requerida para merecer invitación a eventos de alcurnia. Solo eran cascarones vacíos, sin ninguna otra gracia que no se encontrara en sus caras de facciones largas y delicadas. Ojos como gemas azules, verdes y grises. Narices como pellizcos de querubines justo en el centro de sus bellos rostros pálidos. Rizos dorados y cobrizos, de un carmesí denso y negros infinitos que brillaban como mil lunas llenas.
Lyla era un cuadro nocturno. Dos estrellas grandes y brillantes tomadas de las manos, una luna menguante afilada entre ellas. En vez de boca, la vía láctea se extendía quitada de la pena, luciendo sus perlas perfectas. Y su cabello enmarcaba toda la pintura con una fragilidad indefinida, negrura universal en donde resaltaban algunos destellos, estrellas de otras galaxias cercanas. Había sido concebida con los óleos más delgados y sobre la tela más exquisita.
Escuchó a lo lejos como el depredador pisó sobre algún charco y su ritmo cardiaco se relajó un poco más. Los tendones de sus puños y su quijada rígida se soltaron y respiró más silenciosamente. Aún no se atrevía a salir a la luz fúnebre del farol de la esquina.
No se sentía lista para morir, no así, no ahora. Tenía un futuro, si no prometedor, aceptable. Una fortuna a punto de terminarse malgastada. Una familia que recargaba todas sus esperanzas en un matrimonio arreglado. Un prometido joven, apuesto, rico, y sobre todo, noble.
El Duque de Arlington posó sus ojos sobre Lyla desde la primera vez que la había visto flotar en la pista de baile de alguna reunión de egos, de esas de las que ellos frecuentaban. Charles Heichmeister II se acercó a la joven mientras la orquesta tocaba al fondo una melodía desconocida, seguramente de las que habían llegado desde Francia en el último barco.
La miró y supo entonces que no había vuelta atrás. Lyla más que alagada, estaba orgullosa de haber atraído al hombre más influyente del momento. El flirteo no se hizo esperar, y los dos se prestaron a los juegos místicos del destino.
Después de pocas semanas de reuniones y fiestas, Lyla estaba segura de querer pasar el resto de su existencia patética al lado del Duque. No lo amaba, claro que no. Lyla solo amaba a una persona en este mundo: ella misma. No quería a ese hombre, pero se amaba a si misma, y para poder continuar con la vida que tanto trabajo le había tomado forjar, debía estar con él. Nunca lo quiso en realidad, lo engañaba, tanto con palabras como en acción, negándole su cuerpo a su prometido, pero entregándolo felizmente a los hombres que frecuentaban los pubs de White Chapel.
A ella no le molestaba en lo más mínimo este estilo nuevo de vida. Gala de día, miseria de noche. De hecho, le emocionaba tanto la simple idea de sus aventuras adúlteras que tenía pensado seguir con eso incluso después de casada.
Por fin, el callejón se quedó completamente en silencio. Solo a lo lejos se escuchaban risas y gritos provenientes de algún tugurio de la zona. Lyla salió de su escondite y alzó la vista hacia el cielo empedernido repleto de nubes tercas. Una gota rozó su cara y le sonrió a la vida. Había escapado de aquel monstruo. Se echó a caminar hacia su mansión, ya había tenido suficiente acción por una noche. Dobló en la esquina del farol y ahí, cerró los ojos por última vez.
Un hachazo helado le atravesó la yugular. Sintió un chorro de algo líquido y tibio recorriendo su cuello de porcelana. Se quedó ahí, incapaz de soltar grito alguno. Solo gemidos incomprensibles que nadie nunca escuchó. Algo le desgarró la piel del suave abdomen y, de nuevo, la sensación de aquel líquido caliente acariciando su cuerpo ahora helado. Lo siguiente, un dolor indescriptible. Como sentir las llamas del infierno lamiendo su piel, quemando la anticipación de cualquier otro dolor posible, pues ese sería el máximo sufrimiento posible. No existe alguno más letal. Incluso pudo sentir el olor a caucho y azufre de su alma consumiéndose en ese fuego.
No habría cielo para Lyla, no en esta vida.
Lo observó muy quieta, el aire frío quemándole los pulmones, el terror helándole la sangre. Una luz tenue proveniente de un farol y su confianza en la firmeza de su voz eran sus únicas esperanzas. La sombra del asesino recorriendo el callejón, trepando por las paredes como un alma en pena, huyendo de la oscuridad.
De repente, silencio. Esto la inquietó mucho. La noche se explayaba sobre su cabeza como una epidemia mortífera. Espesa. La quietud de aquella trampa letal le aplastaba el corazón como dos trenes colisionando.
Nunca había pensado en como moriría. Era demasiado joven, y asuntos tan banales como el trabajo, la política o la muerte no le interesaban demasiado. Lyla había dedicado su vida a la finura recatada de la vida de alta sociedad de Inglaterra. Fiestas frívolas y celosas de sus veladas llenas de estrellas caídas del cielo. Solo la gente más bella del Viejo Mundo era permitida en aquellas demostraciones galantes de hiel y presunción.
Lyla pasaba sus mañanas paseando por los jardines de rosas de su mansión en Halifax, seguida de sus mucamas y damas de compañía. Aunque eran años adelantados, su familia seguía teniendo esas costumbres arcaicas del siglo pasado. Eran pocos los clanes que aún se mostraban por la ciudad con un séquito de criados, pensando que una multitud siempre detrás de uno era señal de nivel y estatus social.
Era bien sabido que incluso la reina encontraba eso ridículo y absurdamente pasado de moda, pero en realidad, ¿quién es uno para andar hablando de las preferencias de la familia real?
Siempre se había rehusado a acudir a academias o a tomar lecciones privadas en casa. Lyla solamente sabía hablar y escribir en latín, “un regalo a futuro”, según le había dicho su abuela, el único ser pensante en su vida.
Creció como muchas otras señoritas de su edad y clase social, siendo solo la máscara de una comunidad en decadencia. No era más que la fachada de la perfección requerida para merecer invitación a eventos de alcurnia. Solo eran cascarones vacíos, sin ninguna otra gracia que no se encontrara en sus caras de facciones largas y delicadas. Ojos como gemas azules, verdes y grises. Narices como pellizcos de querubines justo en el centro de sus bellos rostros pálidos. Rizos dorados y cobrizos, de un carmesí denso y negros infinitos que brillaban como mil lunas llenas.
Lyla era un cuadro nocturno. Dos estrellas grandes y brillantes tomadas de las manos, una luna menguante afilada entre ellas. En vez de boca, la vía láctea se extendía quitada de la pena, luciendo sus perlas perfectas. Y su cabello enmarcaba toda la pintura con una fragilidad indefinida, negrura universal en donde resaltaban algunos destellos, estrellas de otras galaxias cercanas. Había sido concebida con los óleos más delgados y sobre la tela más exquisita.
Escuchó a lo lejos como el depredador pisó sobre algún charco y su ritmo cardiaco se relajó un poco más. Los tendones de sus puños y su quijada rígida se soltaron y respiró más silenciosamente. Aún no se atrevía a salir a la luz fúnebre del farol de la esquina.
No se sentía lista para morir, no así, no ahora. Tenía un futuro, si no prometedor, aceptable. Una fortuna a punto de terminarse malgastada. Una familia que recargaba todas sus esperanzas en un matrimonio arreglado. Un prometido joven, apuesto, rico, y sobre todo, noble.
El Duque de Arlington posó sus ojos sobre Lyla desde la primera vez que la había visto flotar en la pista de baile de alguna reunión de egos, de esas de las que ellos frecuentaban. Charles Heichmeister II se acercó a la joven mientras la orquesta tocaba al fondo una melodía desconocida, seguramente de las que habían llegado desde Francia en el último barco.
La miró y supo entonces que no había vuelta atrás. Lyla más que alagada, estaba orgullosa de haber atraído al hombre más influyente del momento. El flirteo no se hizo esperar, y los dos se prestaron a los juegos místicos del destino.
Después de pocas semanas de reuniones y fiestas, Lyla estaba segura de querer pasar el resto de su existencia patética al lado del Duque. No lo amaba, claro que no. Lyla solo amaba a una persona en este mundo: ella misma. No quería a ese hombre, pero se amaba a si misma, y para poder continuar con la vida que tanto trabajo le había tomado forjar, debía estar con él. Nunca lo quiso en realidad, lo engañaba, tanto con palabras como en acción, negándole su cuerpo a su prometido, pero entregándolo felizmente a los hombres que frecuentaban los pubs de White Chapel.
A ella no le molestaba en lo más mínimo este estilo nuevo de vida. Gala de día, miseria de noche. De hecho, le emocionaba tanto la simple idea de sus aventuras adúlteras que tenía pensado seguir con eso incluso después de casada.
Por fin, el callejón se quedó completamente en silencio. Solo a lo lejos se escuchaban risas y gritos provenientes de algún tugurio de la zona. Lyla salió de su escondite y alzó la vista hacia el cielo empedernido repleto de nubes tercas. Una gota rozó su cara y le sonrió a la vida. Había escapado de aquel monstruo. Se echó a caminar hacia su mansión, ya había tenido suficiente acción por una noche. Dobló en la esquina del farol y ahí, cerró los ojos por última vez.
Un hachazo helado le atravesó la yugular. Sintió un chorro de algo líquido y tibio recorriendo su cuello de porcelana. Se quedó ahí, incapaz de soltar grito alguno. Solo gemidos incomprensibles que nadie nunca escuchó. Algo le desgarró la piel del suave abdomen y, de nuevo, la sensación de aquel líquido caliente acariciando su cuerpo ahora helado. Lo siguiente, un dolor indescriptible. Como sentir las llamas del infierno lamiendo su piel, quemando la anticipación de cualquier otro dolor posible, pues ese sería el máximo sufrimiento posible. No existe alguno más letal. Incluso pudo sentir el olor a caucho y azufre de su alma consumiéndose en ese fuego.
No habría cielo para Lyla, no en esta vida.
jueves, enero 08, 2009
No mamar.
Estoy sentada justo en medio de la cama de mis papás. Grande, cómoda. Estoy sola en la casa, luces apagadas, puertas cerradas. Prendo la televisión, una pantalla Sony Bravia LCD de 42 pulgadas, teatro en casa, ya te imaginarás como se ve y se escucha esto.
Comienzo con el zapping, ya van 430 canales y no hay nada bueno que ver. Por el 450 me topo con Zodiac, buena, pero ya la vi, además va muy lenta. Sigo cambiando de canal y llego al 470.
Hay una señora joven y rubia caminando por las calles de una ciudad en aparente paz. Comienza a nevar. La mujer esta buscando a su hija, la llama a gritos. De repente, la niña aparece cruzando la calle y desaparece detrás de una esquina. La señora corre detrás de su hija y la sigue hasta unas escaleras. La nieve no es nieve, son cenizas que no dejan de caer del cielo. Comienza una sonar una sirena, como las de las pruebas nucleares. Entra a un lugar oscuro, sucio y muy feo.
Empieza a caminar, hay basura en el piso, partes de lo que parecen ser... humanos? La sirena ya no suena en el fondo. De pronto todo es silencio. En una reja hay algo colgado, parece un hombre quemado. La mujer se acerca para ver mejor. La cosa tiene algo en la cabeza, como un casco, y por uno de las aberturas para los ojos, mueve su horrible pupila roja y clava la mirada en ella. De la nada, aparece una cosa gris con llagas se le acerca y comienza a gritar muy fuerte, como sufriendo. Parece que es un niño... quemándose? La cosa la sigue y ella comienza a gritar. Muchos otros niños grises salen y la persiguen por la oscuridad. Ella solo grita y corre. Cae al piso y los monstruos la atacan.
Le cambio de canal a Zodiac, no mamar, no voy a dormir hoy.
Estoy sentada justo en medio de la cama de mis papás. Grande, cómoda. Estoy sola en la casa, luces apagadas, puertas cerradas. Prendo la televisión, una pantalla Sony Bravia LCD de 42 pulgadas, teatro en casa, ya te imaginarás como se ve y se escucha esto.
Comienzo con el zapping, ya van 430 canales y no hay nada bueno que ver. Por el 450 me topo con Zodiac, buena, pero ya la vi, además va muy lenta. Sigo cambiando de canal y llego al 470.
Hay una señora joven y rubia caminando por las calles de una ciudad en aparente paz. Comienza a nevar. La mujer esta buscando a su hija, la llama a gritos. De repente, la niña aparece cruzando la calle y desaparece detrás de una esquina. La señora corre detrás de su hija y la sigue hasta unas escaleras. La nieve no es nieve, son cenizas que no dejan de caer del cielo. Comienza una sonar una sirena, como las de las pruebas nucleares. Entra a un lugar oscuro, sucio y muy feo.
Empieza a caminar, hay basura en el piso, partes de lo que parecen ser... humanos? La sirena ya no suena en el fondo. De pronto todo es silencio. En una reja hay algo colgado, parece un hombre quemado. La mujer se acerca para ver mejor. La cosa tiene algo en la cabeza, como un casco, y por uno de las aberturas para los ojos, mueve su horrible pupila roja y clava la mirada en ella. De la nada, aparece una cosa gris con llagas se le acerca y comienza a gritar muy fuerte, como sufriendo. Parece que es un niño... quemándose? La cosa la sigue y ella comienza a gritar. Muchos otros niños grises salen y la persiguen por la oscuridad. Ella solo grita y corre. Cae al piso y los monstruos la atacan.
Le cambio de canal a Zodiac, no mamar, no voy a dormir hoy.
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