Se sentía como un tonto, ahí parado frente a la gran puerta de cedro pintada de blanco, con un smokin negro, corbatín y zapatos que brillaban de nuevos. Su cabello negro relamido hacia atrás con una especie de gel que decía algo como "Moco de King Kong, extra fijación".
Del interior de la gran casa blanca salían risas tontas de las chicas que esperaban a sus parejas en el recibidor entusiasmadas por la fiesta. Presumía sus vestidos y sus peinados, y hablaban de sus citas y de lo maravillosamente mágica que esta noche sería. Y él simplemente no quería ni pensar en esa noche. Sabía que era un pepino al lado de todos aquellos atletas, hijos de empresarios, y fiesteros. Sabía perfectamente que ella estaría incomoda si él lo estaba y que solo le arruinaría la noche. La chica más bella del lugar con Michael, el nerd más grande de todo el campus, juntos en el baile.
Tomó la decisión y giró sobre sus talones. Era un ridículo, un perdedor, y no se merecía estar con la chica más hermosa del campus. Comenzó a bajar los escalones lentamente, avergonzandose de su cobardía cuando la puerta se abrió un poco y la luz del interior brillo sobre su hombro.
Y entonces supo que hacía ahí. Supo que estaba ahí por sus ojos azules, que combinaban divinamente con su vestido azul turquesa y con el negro azulado de la noche. Estaba ahí parado haciendo el ridículo por su boca y sus perlas, que eran más bellas que las estrellas de verano. Estaba ahí por el aroma de su piel, más dulce que el de las manzanas y la canela. Y sobre todo, estaba ahí por ella, por su corazón, por su belleza, por su caracter. Por que debía ser agradecido por tenerla y por que Dios, si es que existe alguno, le permitiera compartir con ella.
Supo que ella se merecía más que un cobarde incapaz de entablar una conversción por pena, sin preocuparle lo que ella sintiera. Estaba claro que esta noche era sobre ella, sobre ella y como brillaban sobre su cabello dorado las luces de la ciudad. De como la lluvia de la madrugada resbalaba por sus hombros y de como su piel blanca se ruborizaba por el frío. Y no había otra más hermosa, ni más sincera, ni más dulce, y mucho menos más adorable. No había otra chica que nadie pudiera ver más que ella.
- ¿Michael? ¿Qué haces afuera?
- Lo... lo siento, ya iba a entrar - suspiró - vamos, se nos hace tarde.
Michael tomó suavemente el rostro de Ally entre sus manos y la besó delicadamente, solo para confirmar toda la epifanía que había tenido. La miró con ternura y encontró el calor y la fuerza que buscaba en aquellos ojos azules que el tanto amaba.
- Vamos al baile - Ally lo tomó de la mano y le sonrió.
- Te amo.
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